El miedo es la sensación de angustia cuando existe una desproporción entre aquello que parece que nos amenaza o que ha de venir y los recursos que tenemos para afrontarlo. En realidad, el miedo es una fantasía de nuestra mente, una proyección mental, una fantasía ilusoria, un estado mental irreal, que a pesar de que es irreal, tiene efectos muy reales, que atenazan la vida y la pueden convertir en una esclavitud constante.

El miedo está en nuestro cuerpo a causa y como consecuencia de nuestra herencia genética, es un fuerte impulso de supervivencia que está grabado en cada una de nuestras células, de cuando el hombre primitivo habitaba en un paraje hostil. El miedo activa un múltiple baile hormonal en nuestro cuerpo, generando adrenalina, noradrenalina y corticoides, por los cuales podemos contraer enfermedades.

Hay patrones familiares que lo potencian. Aparece en los primeros años de nuestra vida con el aprendizaje, y nos acompaña toda la vida como un aviso autónomo de nuestra mente que nos avisa de algo que ni sabemos si realmente sucederá o si existe, de algo que está en el futuro y que atenaza nuestro presente ilógicamente. No podemos afrontar algo que te imaginas que está en el futuro, porque solamente se encuentra en nuestra imaginación.

¿Cómo afrontar el miedo?

Hay miedos amigos y miedos enemigos. Los miedos amigos son los que nos hacen ser prudentes con un peligro, pero no atemorizados por él. Los miedos enemigos son los que nos atemorizan por un recuerdo anterior negativo que se proyecta hacia el futuro. Lógicamente, ese miedo enemigo no tiene ni debe tener autoridad para condicionar cualquier acto posterior.

Lo mejor que podemos hacer por el miedo es no fabricarlo. Rooselbelt decía: «Haz aquello que temes y la muerte del miedo está asegurada». Enfrentarnos sabia, conscientemente y decididamente al miedo es el primer paso para superarlo. Es tomar la actitud de realizar la acción que precisamente nos da miedo. Es enfrentarlo con sus propias armas.

Consejos prácticos

* Preguntarse qué es lo mejor y peor que puede pasar. Es decir, plantearse que el miedo que tenemos no puede tener tanta autoridad como para determinar ni lo mejor ni lo peor.
* Escribir todos los miedos que se tienen en un papel, y revisar si dentro de un año se han cumplido. Habitualmente, no se cumple ninguno.
* Identificar qué miedos son amigos y qué miedos son enemigos, y afrontar los enemigos.
* Comprar una nariz roja de payaso, situarse delante de un espejo y reírse de cada uno de los miedos que nos atenazan, verbalizándolos en voz alta y atrevida. Reírse del miedo y de nuestra actitud hacia él.
* Siempre que aparezca la sombra de un miedo, decirnos en voz alta que el miedo es una auténtica pérdida de tiempo.
* Tomar actitudes preventivas especialmente hacia los niños. Evitar expresiones similares a «¡niño, cuidado, que te vas a hacer daño!», o «si te portas mal vendrá el hombre del coco…» y sustituirlo por una actitud responsable, ilustrando el peligro o especificando y razonando el tipo de peligro। No crear miedos innecesarios y generalizados que solamente condicionan y provocan temores irreales.